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Misterium y otros relatos increíbles (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4

Cuando el cartel de advertencia hubo desaparecido, la sala
volvió a quedarse en silencio y a oscuras. Durante un
rato, que les pareció a todos interminable, nada
aparecía en la pantalla, pero de repente una voz ronca muy
desagradable advirtió:

– Ustedes creen haber venido a este cine y a este
patio de butacas para presenciar una película de terror,
Misterium, pero se equivocan. – Sí es verdad que
están dentro de este cine; en ese momento se
iluminó la pantalla y aparecieron los exteriores del local
con la gente que aún se encontraba a las puertas. –
Y en este patio de butacas. – Siguió diciendo la voz,
mientras en la pantalla se veían todas las localidades
donde los espectadores estaban sentados. Muchas personas se
reconocieron en ella y comenzaron a levantarse y a hacer
señas con las manos para verse en la misma, incluidos John
y su hija Nancy. – Ya no saben que hacer para impresionar al
espectador. – susurró John a su hija, mientras
seguían, ahora, haciendo la ola.

– La extraña voz continuó: Pero no van a ver una
película, van a ver hechos reales. Todos ustedes
están encerrados en esta sala de la que ya no
podrán salir. Están incomunicados desde que se hizo
la advertencia anterior.

Aunque el público acogió aquellas palabras con
escepticismo, algunos empezaron a sentirse intranquilos. –
¿Qué se habría sacado de la manga, esta vez,
el excéntrico director de cine de terror, Rolad
Camús?

– Como digo, ustedes no verán ninguna película,
verán verdaderos dramas que se producirán en esta
misma sala, eso sí, acompañados por escenas
cinematográficas, como es de suponer. Pero les aseguro que
nunca habrán visto nada igual. Agárrense
fuertemente a sus butacas, el terror va a comenzar. – Una
música
siniestra acompañó a esas últimas
palabras.

– ¡Ah, una cosa muy importante que no deben olvidar! –
Como en una película de terror, habrá
víctimas, sí, muchas víctimas, y
naturalmente mucha sangre, pero
ustedes ya están acostumbrados. ¿No es así?
¿En qué película de terror no hay
víctimas y sangre?

– Ustedes son amantes de este género:
Michael Myers de halloween,
Jason de Viernes trece, Freddy Krueger , El niño de la
maldición, La niña del exorcista, Leatherface de la
Masacre de Texas, El títere de Shaw, entre otros muchos.
– dijo la voz con una carcajada estertórea, mientras
subía el volumen de la
inquietante música de misterio. – Por lo tanto no debe
impresionarles, ¡no se me mueran de miedo, por favor!
– Apostilló la voz con una irónica
carcajada.

Tras lo cual se apagó la pantalla y todo volvió
al silencio inicial.

De repente, apareció la primera escena: era una escena
de indios atacando una caravana. Los indios daban vueltas y
más vueltas alrededor de unos cuantos carros dispuestos en
forma circular, disparando sus flechas sobre los ya diezmados
colonos, que se defendían con uñas y dientes.

Cientos de flechas surcaban el aire en busca de
su objetivo. De
pronto, se oyó un grito en la sala, seguido de otros que
chillaban: – ¡Está muerto! ¡Está
muerto! – Le han matado con una flecha como las que están
disparando los indios de esa película.

– ¡Que enciendan la luz! –
¿Qué está pasando aquí? –
Gritaban desde el lugar del patio de butacas donde se
había producido el grave incidente.

– ¡Llamen a la policía por favor, han matado a
una persona! –
¡Se ha cometido un crimen! De nuevo, se oyó el
silbido de otra nueva flecha y a continuación otro grito
recorrió la sala. Nuevas voces de
terror gritaban sin control: –
¡Nos están matando! ¡Nos están matando!
Además de los gritos, muchos lloraban
desesperadamente.

Alguien más sensato gritó: – Métanse
debajo de las butacas, parapétense, hasta que podamos
averiguar lo qué ocurre. Algunos habían llegado
hasta las puertas de salida y de emergencia, pero estaban todas
cerradas.

– Estamos atrapados, – como dijo ese hombre.
– Gritó una voz masculina. La misma voz que se
convirtió en grito, al recibir un flechazo en la espalda,
cayendo al suelo con un
grito de dolor.

Roland cogió a su hija fuertemente y ambos se
escondieron tras sus butacas. De repente los indios asaltaron las
caravanas y cortaron las cabelleras de los hombres, mujeres y
niños
que habían muerto en la batalla. Gritos similares se
escucharon por toda la sala, como si los indios estuviesen
allí mismo cortando las cabelleras de los pobres
espectadores que habían sucumbido a los flechazos. Tras
diez minutos de terror, se apagó la pantalla y se
encendieron parte de las luces del cine, provocando una iluminación tenue en la sala.

La gente fue saliendo de sus escondrijos y lo que presenciaron
fue espeluznante. Más de veinte personas aparecieron
muertas en distintas posturas, con flechas clavadas en todo su
cuerpo y el cuero
cabelludo cortado de raíz.

La sangre les brotaba por todas sus heridas, y sus rostros
mostraban gestos ridículos, al haber sido sorprendidos de
improviso por la muerte.

Ante esta horrorosa visión, algunos espectadores
salieron nuevamente de sus asientos despavoridos, corriendo de
nuevo hacia las puertas, produciéndose nuevos heridos
entre empujones, caídas y reyertas. Los gritos de histeria
se oían por todas partes.

Las golpearon con todo lo que hallaron a su paso, pero
éstas no cedieron ni un milímetro; parecían
acorazadas.

La misma voz estertórea retumbó de nuevo: – No
se esfuercen, no lo conseguirán; es mejor que cada uno
vuelva a su localidad. – De esta manera alguno de ustedes
sobrevivirá. – Únicamente tienen su butaca para
protegerse. Fuera de ella, sólo pueden encontrar la
muerte. –
Ustedes deciden.

John, haciendo caso a lo que aquella voz decía,
agarró a su hija y la llevó junto a él,
escondiéndose ambos tras el respaldo de la butaca que
tenían delante.

Nuevamente se apagó la luz, el terror se apoderó
de los espectadores, los gritos de pánico
se sucedieron unos tras otros. Al final todos se escondieron tras
sus butacas. Silencio sepulcral. – Se podían
oír los latidos de sus corazones.

La pantalla se iluminó y una nueva película
apareció en la misma. En este caso era una
persecución policial tras unos delincuentes, que se
defendían de ellos. Los disparos de policías y
mafiosos se entrecruzaban, produciendo, de vez en cuando, alguna
víctima, bien entre los malhechores o entre los
policías. Hasta aquí parecía una
película de acción,
como muchas que se veían en los cines y en la
televisión.

De repente, aquellos vehículos atravesaron la pantalla
y saltaron al patio de butacas, llevándose consigo varias
filas de espectadores, atropellándolos violentamente.

Eso produjo más de una treintena de víctimas de
distinta gravedad: entre ellas, varios muertos y unos quince
heridos de distinta consideración.

A continuación los policías y los ladrones se
dispararon mutuamente, provocando otras diez víctimas
más entre los espectadores. Por último los coches
regresaron a la pantalla de forma violenta, tal como
habían venido, siguiendo con la persecución y los
disparos, hasta que nuevamente la pantalla se apagó y la
sala volvió a encenderse, cada vez con menos luz.

La macabra escena fue de nuevo mostrada a todos los
espectadores. Nuevas escenas de pánico. Muchas personas
trataron de salir por donde estaba situada la pantalla, pero
comprobaron que era normal y que detrás de ella, no
había nada. Decidieron destruirla y buscar por allí
alguna puerta, pero no encontraron ninguna.

Ya al menos, no podrían proyectar ninguna
película. Ya no había pantalla. – Se dijeron
algunos

La voz resonó de nuevo. – Trabajo en
balde, mis queridos amigos. – Nuestras películas no
necesitan pantalla; se proyectan en el aire, como a
continuación veréis.

– Tras estas palabras, se volvieron a apagar las luces
de la sala y lo que apareció, como había dicho la
voz, se proyectó sobre el aire con total nitidez.

Representaba una calle, una calle bastante oscura, que a los
espectadores les recordó a otra película. Otra
película de terror, en la que el protagonista era un tal
Freddy Krueger. ¿Recuerdan? Sí, el de los dedos
metálicos que aparecía en los sueños de los
adolescentes y
los mataba.

Y allí estaba él, plantado en medio de aquella
calle, mirando a los espectadores de frente. ¿No
tenéis sueño? – Les peguntó con su voz
desagradable y su sonrisa burlona. – ¡Muy pronto lo
tendréis y soñaréis conmigo!

Dicho y hecho. Una especie de humo verde, se esparció
rápidamente por la sala, provocando grandes bostezos en
muchos espectadores, que hacían verdaderos esfuerzos para
no dormirse.

Al cabo de unos cinco minutos muchos de ellos, dormían
profundamente; no así John, que con un pañuelo en
la boca, luchaba con todas sus fuerzas para no dormirse. Sin
embargo, su hija Nancy se había quedado profundamente
dormida. John intentó despertarla. – ¡Despierta
Nancy! ¡Despierta cariño, no te duermas! – Le
gritaba mientras la zarandeaba fuertemente con escasos
resultados.

Freddy Krueger, seguía parado en medio de la calle
mirándolos fijamente mientras que sus largos dedos
metálicos en forma de cuchillos se rozaban unos contra
otros, produciendo ese sonido estridente
tan característico de este personaje de
ficción.

Al cabo de un rato, comenzó a andar hacia el patio de
butacas, con pasos lentos, arrastrando los pies, con su camisa a
rayas, su sombrero ladeado y su sonrisa irónica y
malévola.

Los espectadores gritaron de terror.

Al entrar en el patio de butacas, desapareció y
debió entrar en las mentes de los espectadores dormidos,
los cuales comenzaron a moverse de forma incontrolada y
frenética, como si dentro de sus cerebros se estuviese
produciendo una terrible pesadilla. Muchos de ellos terminaron
profiriendo un grito desgarrador, seguido de la exhalación
de un último suspiro. Instantes después, estaban
muertos, con la mirada perdida, mientras que por varios orificios
de sus cuerpos manaban borbotones de sangre.

John vio como la espectadora que estaba sentada a su lado
gritaba de terror, mientras que su cabeza se inclinaba sobre el
hombro de John y de su pecho brotaban varios borbotones de
sangre, manchando la chaqueta del hombre que estaba sentado junto
a ella.

Ante esto, y viendo que su hija que estaba al otro lado,
seguía dormida, John vació sobre su cabeza la
botella de agua que
habían comprado. Eso provocó una reacción
desagradable en la muchacha que comenzó a despertase.
John, la agito bruscamente mientras le gritaba: –
¡Despiértate Nancy! ¡Despiértate, por
el amor de
Dios! ¡Vamos mi niña! Poco a poco la chiquilla
comenzó a despertarse, aunque se le seguían
cerrando los ojos.

La muchacha tenía en su mano derecha una botella de
Coca Cola
bastante fría. John se la arrebató y se la
echó también sobre su rostro, que al notar la
frialdad del líquido, terminó por despabilarse. –
¿Qué haces papá, te has vuelto loco? –
Le dijo la chica enfadada.

-Aunque te parezca mentira, hija,
Freddy Krueger está aquí, y como sabes ataca a todo
aquel que se duerme. – La chica intentó protestar,
pero su padre la interrumpió. – Fíate de lo
que te estoy diciendo. – Yo lo he visto, tú estabas
dormida; ya ha matado a varias personas, así que no te
vuelvas a dormir, le gritó – Debemos pensar algo para
salir de aquí. – Hemos de encontrar una salida antes de
que muramos todos. – No te duermas y no te separes de mí.
Le ordenó su padre. La chiquilla no rechistó.

No había dicho estas últimas palabras, cuando el
espectador situado tres butacas más allá de donde
estaba sentada la chica, cayó desplomado con tres chorros
de sangre en el abdomen, que salpicaron a sus compañeros
de fila.

Nancy gritó con todas sus fuerzas ante lo que acababa
de presenciar y comprendió rápidamente lo que su
padre le había dicho.

Un instante después, Freddy Krueger salió de no
se sabe donde, y regresó con paso cansino camino de la
pantalla virtual donde se seguía proyectando la misma
calle semioscura con que había comenzado la escena. El
personaje, soltó su conocida carcajada, mientras
volvía a hacer chirriar sus estilizados dedos en forma de
estiletes.

Volviéndose hacia el público que gritaba
aterrorizado, el asesino, les increpó:

– ¡No se duerman, no se duerman! – Si lo hacen,
volveré a por ustedes y entonces. (Volvió a
frotarse los dedos, mientras se perdía en la oscuridad de
la calle con una carcajada estertórea).

La calle desapareció y la luz de la sala volvió
a iluminarse. Un grito unánime de los supervivientes lo
llenó todo. Los cadáveres esparcidos por toda la
sala, parecían muñecos destripados, todos cubiertos
de rojo. Freddy Krueger había hecho una verdadera
carnicería. Casi todas sus víctimas tenían
los intestinos fuera de su cuerpo y grandes charcos de sangre se
esparcían alrededor de sus entrañas.

John contabilizó que apenas quedarían unas 300
personas con vida, y decidió convertirse en líder.
– ¡Atiéndanme todos! – ¡Debemos buscar una
solución, una salida! – No podemos permitir que nos
aniquilen a todos. Esto, no puede ser real; detrás de esta
carnicería, debe haber hombres de carne y hueso que son
los verdaderos criminales.

– ¡Yo he visto a los indios! – Exclamó una voz
desde el fondo – He notado el silbido de sus flechas; flechas que
estos pobres desdichados tienen clavadas en sus cuerpos, y esto
es real. – ¡No lo dudo! – Los cadáveres están
ahí, son reales, pero – ¿fueron los indios de la
película los que dispararon? – Yo no lo creo. – En la
oscuridad de la sala una banda de criminales pudo haber hecho ese
trabajo. – Propongo que nos unamos por grupos, no
permanezcamos solos en nuestras butacas, así somos muy
vulnerables.

– Formaremos grupos de unas diez personas, así podremos
defendernos de un ataque real, porque yo insisto, que es real. –
Todos los espectadores estuvieron de acuerdo.

– Otra cosa. Tenemos que hacernos con luces. – Usemos
las cortinas y hagámoslos teas. – El patio de butacas no
debe volver a quedar más tiempo a
oscuras. – Todos aclamaron la iniciativa.

Pero de repente, la luz se volvió a apagar, sin que les
diera tiempo a tomar acuerdos definitivos.

– La voz volvió a sonar escalofriante: – Todo lo que
intentáis hacer no os valdrá para nada. – No
podéis luchar contra los personajes de terror que vosotros
mismos habéis creado con vuestra afición a este
género cinematográfico. – Ellos son ficticios, de
ciencia
ficción, es cierto, pero vuestros cuerpos son reales y por
lo tanto vulnerables.

– No lo creáis, ellos son tan vulnerables como
nosotros, sólo que se esconden en la oscuridad.
Gritó John en el silencio de la sala. – Intentad buscar
palos, enrollarles telas de las mismas cortinas, los que tengan
algún encendedor de gasolina, viértanla sobre la
tela para que arda más rápidamente, y encendedlas,
no debemos permitir que volvamos a quedarnos a oscuras.

Pero antes que la orden de John, se pudiera llevar a cabo, una
nueva película se proyectó en la pantalla virtual.
Esta vez, se trataba de un personaje real, sobre el que se
habían escrito muchos libros y sobre
el que se habían producido muchas películas: Era
Jack, "El destripador", asesino de mujeres de dudosa moralidad.

Su imagen dentro de
un prostíbulo y rodeado de otras tantas mujeres, observaba
al público, con una sonrisa que helaba el cuerpo del que
le mirase. Observaba, como digo el patio de butacas. Un grito
espeluznante salió de las gargantas de todas las mujeres
que aún quedaban vivas en la sala, al ver levantarse a ese
terrible asesino.

– ¡Encended las antorchas! – ¡Vamos rápido!
– ¡No hay tiempo que perder!

Jack, avanzaba lentamente hacia los asientos donde
había alguna mujer joven,
mientras sacaba un cuchillo de carnicero de su levita de finales
de siglo. – ¡Proteged a las mujeres! – Gritaba John,
todo lo fuerte que le permitían sus pulmones y al parecer
su propio terror! – ¡Qué los hombres rodeen a las
mujeres en el patio de butacas, mientras otros encendemos las
antorchas! ¡Vamos rápido!

Jack seguía avanzando lentamente por el pasillo central
en busca de una primera víctima, pero todas estaban
protegidas por varios hombres a quienes con el mayor cinismo, el
criminal saludaba, descubriéndose con su sombrero de
copa.

De pronto un muchacho fornido que se encontraba en el extremo
de la décima fila, movido por su juventud, e
inexperiencia y a la vez por su propio terror, se abalanzó
sobre Jack, cayendo al suelo estrepitosamente. Aquello
parecía un fantasma. No había nadie allí.
Varios espectadores, se acercaron para comprobarlo y a la vez
para ayudar a levantarse al joven.

En ese preciso instante se oyó un grito espeluznante en
la misma fila. Todos se volvieron al instante, para comprobar
como tristemente una muchacha que se encontraba algunas butacas
más allá, caía desangrándose hacia
delante.

Los hombres que la protegían se habían olvidado
de ella durante el instante en que habían ido a socorrer
al intrépido muchacho, dejándola indefensa ante el
verdadero ataque de Jack "El destripador" ¿Cómo no
habían caído en eso? Tenía razón
John, los personajes son de ficción, – ¿pero cuales
son los reales?

Por fin varias antorchas fueron encendidas y los espectadores
comprobaron con estupor que en la sala no había
ningún personaje de sus películas favoritas, y lo
que es más, ni siquiera se podía ver la pantalla
virtual de la cual tanto había presumido la voz en off,
que dirigía todo ese esperpento criminal.

Llevas razón. John, me llamo John. –
Aclaró el aludido.

– Pues llevas razón John, tienes muy buenas ideas. –
Debes dirigirnos para poder salir de
aquí. – Tú, seguro que sabes
como hacerlo. – De momento has desmontado los artilugios que
emplea éste o estos asesinos. – ¡Cuidado! –
contestó John. – No cantemos victoria antes de tiempo,
aún no hemos salido se aquí y no sabemos que nuevas
cartas piensan
jugar estos criminales.

– De momento y rápidamente, formemos grupos cada cuatro
o cinco filas. – Cada uno de estos grupos debe contar con al
menos una antorcha. – Otro grupo, debe
escudriñar la sala, comprobando todo tipo de rendija,
resorte o abertura que pudiese significar una salida oculta al
exterior. – Cada grupo debe contar con un jefe o dirigente que
tenga el valor
necesario para tomar decisiones rápidas y coordinar al
grupo .

Una señora añadió: – ¿Y los
móviles? No hemos pensado en los móviles. – Desde
ellos podemos ponernos en contacto con personas del exterior y
contarles lo que nos pasa.

– ¡Buena idea! – Contestó otro. –
¿Cómo no se nos había ocurrido antes?

John, cogió su móvil y comenzó a marcar
el número de la policía. Una voz procedente del
otro extremo de la fila, gritó: – No os molestéis,
aquí no hay cobertura.

– Lo han estudiado todo muy bien los hijos de.Han aislado la
sala con planchas de plomo de tal forma que es imposible
comunicarse con el exterior. – Los móviles, no nos sirven
aquí para nada.

Una vez más la estertórea voz hablo: –
¿No os gusta la película? ¿Entonces para que
habéis pagado una localidad y habéis guardado una
cola durante tantas horas? – ¿No esperabais ver una
película de terror? – ¿Y no es verdadero terror el
que estáis pasando? -¡Sois patéticos!
¡Me decepcionáis!

– ¡Bueno! Menos charla y continuemos con el film.

A continuación se volvieron a apagar las luces y sobre
la pantalla apareció un personaje muy conocido, Hannibal
Lecter, encarnado en el famoso actor Anthony Hopkinºs. La
escena representaba el momento más cruel de toda la
película: cuando "El Caníbal" se comía al
carcelero.

Los espectadores dieron un grito, cuando Hannibal Lecter se
incorporó después de asesinar al pobre
policía y abriendo la puerta de la celda se dirigió
hacia el patio de butacas con su rostro cubierto de sangre y
demandando más víctimas. Los gritos fueron entonces
atronadores. – ¡Permaneced en grupo! – ¡No os
separéis! – ¡Encended las antorchas! – Cuando lo
hicieron el personaje se difuminó como por ensalmo. Aunque
dos mujeres habían sido ya atacadas y de sus heridas
manaba sangre. No obstante no parecían de extrema
gravedad. – Ponedles un trozo de cortina taponándole la
herida, gritaron algunos.

– Hemos vencido en esta batalla, gritó John, – aunque
no en la guerra. – Las
imágenes son ficticias y ellas no son las
que nos infringen los daños. – Por tanto hay que pensar en
personajes reales que están escondidos entre nosotros y
ellos son los que nos disparan, nos apuñalan o nos
estrangulan.

– ¡Muy listo, John! ¡Muy listo! Bramó la
voz con gran indignación. – Seguramente conocerás
al siguiente personaje. Sobre la pantalla, los espectadores
pudieron ver un patíbulo y sobre él la temida
guillotina con la que se ajusticiaba a los reos en la corte
francesa. Caminando hacia él, iba una mujer,
parecía María Antonieta en el momento de su
ejecución. Caminaba lentamente, escoltada por dos
alabarderos y seguida de seis tamborileros, que con sus tambores
marcaban el ritmo de su lento caminar, como indicaba el protocolo en
dichos actos.

María Antonieta, ha envejecido en el tiempo que ha
permanecido encarcelada y parece una verdadera anciana. La plebe
la increpa, la escupe y le arroja todo tipo de inmundicias.

Detrás de ella va otro séquito que
acompaña a su esposo, el depuesto rey de Francia, Luis
XVI, acompañado también de sus alabarderos y
tamborileros. Es requisito institucional, que para la
ejecución de una familia real, se
ejecuten en orden de importancia a sus miembros: primero las
princesas y príncipes, después la reina consorte y
por último el rey.

En la sala reinaba un silencio sepulcral. ¿Qué
iba a suceder ahora? ¿Sería ajusticiado
también algún espectador? John, volvió a
gritar: – ¡Agrupaos! ¡Encended las antorchas!
¡Rápido!.

De repente, John, se fijo en el rostro de María
Antonieta, que aunque envejecido, sus facciones le recordaron a
alguien, a alguien muy cercano. ¡Esa cara, esa cara! Ese
rostro, era. ¡Era su hija! ¡Su hija Nancy!

Inmediatamente, se volvió hacia la butaca contigua; no
se había separado de ella ni un instante, pero ya no
estaba allí, había desaparecido. Un profundo
sollozo salió de su garganta, mientras gritaba:
-¡Nancy! ¡Nancy!, ¿dónde estás?
-¿Por favor, dónde te han llevado? – ¡No le
hagáis nada, os lo suplico! Dicho esto, corrió
hacia el lugar donde aparecía la pantalla virtual,
comenzó a dar golpes al aire inútilmente,
comprobando que allí no había ninguna persona
física,
sólo había imágenes. Instantes
después, cayó al suelo sollozando desesperadamente,
sintiéndose impotente.

John contemplaba con desesperación, como su hija, la
Mª Antonieta de la película, subía lentamente
los escalones que conducían al patíbulo.

María Antonieta volvió su rostro hacia John,
como suplicándole que la salvara. Ya en ese momento John
no albergaba ninguna duda. Era su hija e iba a ser ejecutada
impunemente, ¿pero como evitarlo? – ¡Asesinos
soltadla! – Gritaba con fuerza
John.

El verdugo esperaba a su víctima con los brazos
cruzados sobre su torso desnudo. Un capuchón negro
cubría su rostro, ignorando el terror que en ese momento
reflejaba la cara de la muchacha.

Durante unos instantes, María Antonieta estuvo a punto
de desmayarse, pero los hercúleos brazos del verdugo la
mantuvieron en pie, mientras se citaban los numerosos cargos por
los que había sido condenada: ¡Alta traición
contra el pueblo de Francia!

Cuando las alocuciones hubieron terminado, el juez dio la
orden al verdugo:

– ¡Proceded!

El verdugo obligó a la muchacha a ponerse de rodillas y
a introducir su cabeza por el hueco de la guillotina. Sus
espeluznantes gritos de terror y sus sollozos, no conmovieron al
verdugo que ya estaba acostumbrado a ellos. También el
dantesco espectáculo se mostraba a la plebe, quien la
increpaba y gritaba todo tipo de insultos e improperios.

De pronto, el verdugo accionó la palanca que
hacía caer la cuchilla a gran velocidad y
con gran contundencia. Sonó un golpe seco, ¡Clok! En
ese preciso instante la cabeza se separó limpiamente del
tronco. Durante breves segundos, la victima se convulsionó
produciendo grandes chorros de sangre, por cada latido que daba
su ya muy débil y moribundo corazón.
La cabeza mientras tanto, fue recogida del canasto por el
verdugo, quien alzándola, se la mostró al pueblo
como si fuese un trofeo. Éste, profirió un fuerte
griterío de satisfacción y festejo. ¿Fue por
casualidad, que la cabeza sanguinolenta mostrara los ojos
abiertos, como recriminándoles su conducta?

John, que ya había vuelto a su sitio, estaba en
estado de
shock, echado sobre su butaca, ya no impartía ninguna
orden ni consejo; su hija había muerto de la forma
más cruel que se podía morir.

Una muchacha de tan solo diecisiete años, que no
había hecho daño a
nadie. ¡En qué maldita hora habían venido al
cine para asistir a estos crímenes! Él no
había sido nunca un apasionado del cine de terror, siempre
decía que eso era ir al cine para sufrir. A él le
gustaban mucho más las comedias o todo lo más el
cine de acción, pero no el de terror. – Debió
pensar

Pero aquel día, había querido complacer a Nancy,
su única hija, su ojito derecho y la había
conducido a la muerte. No había forma de consolarle.

Una mujer de unos cincuenta años, se acercó a
él y pasándole el brazo por los hombros, le
susurró: – Yo he perdido también a mi hijo en el
ataque de los indios; muchas otras personas de esta sala han
perdido a seres queridos como usted, John.

– Por esa misma razón, no debemos rendirnos. – Usted
mismo lo dijo: Son personas reales, vulgares asesinos; no podemos
dejar que se salgan con las suyas. – Nuestros seres queridos,
así nos lo demandan.

Ante estas palabras, John, pareció reaccionar. Se
secó las lágrimas con la bocamanga de su camisa y
dijo: -Lleva usted razón, nuestros seres queridos reclaman
venganza. Esto no puede quedar así. – Eso es John,
usted tiene cualidades innatas de mando y nos tiene que dirigir.
– Lo estaba haciendo muy bien. Estos rufianes han sabido darle en
su fibra sensible, precisamente para inutilizarlo, porque saben
que para ellos, de todos nosotros, usted es el más
peligroso. -Sí acaban con usted, nosotros estaremos a su
merced. ¡No se rinda!

-¡No! ¡No lo haré! – Ahora menos que nunca.
Aseguró John

John se volvió a levantar dirigiéndose al
público. -Amigos, yo acabo de perder a mi hija, pero
precisamente por eso debo vengarla y conseguir que todo el peso
de la ley, caiga sobre
estos asesinos. -Seguiremos con nuestro plan: no caigamos
en sus trampas. -Cuando alguien está solo es a él a
quien atacan. No vayan a socorrer a nadie que haya caído,
es muy triste decirlo, pero si van a ayudar a alguien,
morirá alguno más. -No se separen, permanezcan en
grupo y no dejen que la sala se oscurezca. -Quemen todo lo que
sea necesario: cortinas, butacas, cualquier cosa que pueda
arder.

-De acuerdo, -gritaron todos al ver como John volvía a
tomar decisiones. -El grupo que iba a investigar,
¿habéis encontrado algo? – No todavía no,
pero seguimos buscando.

-Probad también por el suelo y por el techo. -A veces,
estos locales tienen recovecos, donde uno menos se lo espera.

Las luces se apagaron de nuevo y apareció sobre la
pantalla una escena medieval; concretamente un torneo delante de
un castillo.

Los caballeros, montados sobre briosos corceles portaban
sendas lanzas, mientras sus escuderos, les preparaban el resto de
las armas para el
combate: hachas, espadas.

Los dos caballeros se dirigieron hacia la tribuna, donde
estaban sentados todos los miembros de la corte encabezados por
el Conde de Momblant, su esposa y la hija de ambos, quien
depositó en la punta de la lanza de su valido, un
pañuelo de seda.

El caballero que había recibido el galardón, lo
cogió, lo besó y lo ató fuertemente en su
lanza.

A renglón seguido y tras el saludo protocolario, los
dos caballeros se retiraron hacia los extremos de la empalizada
que los separaría en el torneo. Estos torneos,
solían ser a vida o muerte, y el vencedor
solicitaría la mano de la princesa a la que ambos
pretendían.

Esta liza, había despertado mucha expectación,
porque iban a combatir los dos mejores caballeros de toda
Inglaterra:
Sir Camelot y el Duque de Anglés.

A una señal del Conde de Momblant, ambos jinetes
espolearon a sus respectivos caballos, lanzas en ristre en
sentidos opuestas hasta que se encontraron más o menos a
la mitad de la empalizada. El choque fue brutal y los dos
caballeros rodaron por el suelo. Las lanzas se partieron en
varios trozos y quedaron inservibles. Las armaduras y los
escudos, mostraban las abolladuras propias del terrible choque.
Los caballos huyeron despavoridos.

Inmediatamente fueron hacia sus esquinas en busca de nuevas
armas. Sir Camelot, recogió una espada y otro escudo de
manos de su escudero, mientras que el Duque de Anglés,
recogió también su espada y su escudo, del
suyo.

Uno y otro se lanzaron desaforadamente hacia su contrario con
espadazos contundentes que produjeron profundas abolladuras en
sus escudos. Tras media hora de durísimo combate, ambos
contendientes ya estaban exhaustos. Sus golpes eran cada vez
más inofensivos, pero entonces ocurrió algo
inesperado, Sir Camelot, se lanzó hacia la espada de su
oponente sin oponer ninguna resistencia y se
ensartó en ella. Aquello había sido un suicidio en toda
regla, pero ¿por qué?

Mientras Sir Camelot, se desangraba en el suelo, el Duque de
Anglés, lo miraba estupefacto, sin comprender porque lo
había hecho.

Al parecer ambos contendientes eran hermanos de padre, sin que
el Conde de Momblant lo supiera, no así Sir Camelot que lo
sabía desde hacía mucho tiempo. Lo había
mantenido en secreto, sin suponer que un día se
tendrían que enfrentar y fue por eso que tomo aquella
drástica decisión.

Cuando el Duque de Anglés, supo aquello, se
arrodilló ante su hermano y lo abrazó al tiempo que
le decía: -¡Perdóname! -¡Hermano
perdóname!

El publico de la sala estaba tan absorto en aquella historia que había
sido la única tranquila y sin víctimas que no
oyó como los jinetes del Conde de Momblant entraban por el
fondo del patio de butacas y ensartaban con sus lanzas a todos
los espectadores que se encontraban en zonas, nada o muy poco
iluminadas. La distracción les había costado la
vida. Esos mismos jinetes dieron también muerte al Duque
de Anglés, que caía muerto junto a su hermano. Todo
un drama.

La luz de la sala se iluminó y dio paso a nuevas
escenas de terror. Algunos cuerpos permanecían de pie,
sujetos por una lanza que los atravesaba de parte a parte,
mientras su boca no dejaba de manar sangre.

-¡Otra treta! ¡Otra treta! -Nos han
distraído con una nueva historia para que no
estuviésemos alertas, circunstancia que han aprovechado
para cometer nuevos asesinatos. -No debemos permitirnos ni una
distracción más. -Debemos permanecer agrupados, en
torno a una luz y
en alerta extrema.

Hagamos un recuento de las personas que aún quedamos
vivas, entre hombres y mujeres. Debemos repartirnos
equitativamente. Contad por filas para ser más exactos.
Unos que vayan nombrando y yo iré contando.

-¡De acuerdo! Fila uno, tres hombres y cuatro mujeres,
-dijo el primero.

-Fila dos: Cinco hombres y cuatro mujeres.

-Fila tres: Seis hombres y dos mujeres.

-Fila cuatro.

Al final del recuento, en la sala quedaban ciento veinte
hombres y ciento veinticinco mujeres. Habían muerto
más de la mitad de las personas que formaban el aforo.

La voz volvió a sonar de nuevo:

-¿Les está gustando mi película?
-¿Verdad que jamás han visto otra película
de terror como ésta?

Los insultos e improperios no se hicieron esperar. Todos
reclamaban la presencia de la policía y pedían
justicia para
aquel asesino o asesinos, sobre los que recaían las
sospechas de esa masacre.

-Una sonora carcajada invadió la sala. Y ustedes
¿qué se merecen? Disfrutan viendo morir a la gente
en la ficción, lo que no descarta que también
disfrutarían si fuese real y ustedes no lo supieran,
porque, claro si saben que es real, sus conciencias no se lo
permite; entra en juego, lo que
ustedes llaman su moral. Repito,
no obstante, disfrutan cuando un personaje descuartiza a gente
inocente en una película. Son todos unos
hipócritas. Aquí se ha proyectado una
película real, donde las víctimas son reales y
entonces eso ha herido sus corazoncitos. Pero si yo les dijera
que tales víctimas, sólo están en sus
pensamientos y que nada de lo que aquí ha ocurrido es
real, entonces suspirarían y se encontrarían muy
bien. ¿No es así?

-Pero.No puedo complacerles, mis películas son reales,
no me gusta engañar a la gente. -Verán la siguiente
escena es más reciente.

-¡Agrúpense! ¡Agrúpense!
-¡Iluminen la sala! -¡No se distraigan, que no nos
coja desprevenidos! Seguía gritando John desde su butaca
-Todos encendieron sus antorchas, además de las hogueras
que ya estaban encendidas. Las luces de la sala se apagaron y en
la pantalla apareció un personaje archiconocido:
Robocop.

Robocop, peleó con todos los secuaces que le
salían al paso, destrozándolos con su poderosa
fuerza. Sus ojos brillaban en la semioscuridad. De repente
proyectó un haz de luz violeta sobre un grupo de personas
que estaban algo alejada de algún punto de luz, antorchas,
hogueras.

Cuando quisieron reaccionar era ya demasiado tarde. El haz de
luz los fulminó, como si fuera un rayo. Cuatro personas
cayeron desplomadas.

-¡Iluminaos, iluminaos, por favor! -La oscuridad juega a
su favor. -La luz de la sala se volvió a encender y la
nueva escena fue mostrada a los espectadores que aún
quedaban vivos.

-¡Qué más nos queda por ver!
-¿Cómo puede ser tan cruel? ¿Qué
clase de
psicópata es capaz de una cosa así? ¿Es
posible que Roland Camús o William Bronson, dirijan todo
esto?

-No, no me lo puedo creer. -Él es un gran director de
cine y William Bronson, un afamado escritor. -Tienen ambos una
exitosa trayectoria cinematográfica y literaria, que no
tirarían por la borda para convertirse en unos vulgares
asesinos. – Les dijo John.

oooOOOOooo

Capítulo II

La crítica
cinematográfica sobre la película fue
magnífica. Todos los críticos coincidían en
catalogarla de excepcional. – Lo nunca visto, decía el New
York Times. -La película que no se deben perder, anunciaba
el titular del Washington Post y comentaba: Los espectadores
salían impresionados; nunca habían visto nada
igual.

-Esta nueva película de Roland Camús,
ganará varios Oscar en la edición
de este año, comentaban.

En la Fox se entrevistó a varios de los espectadores
que habían acudido al estreno. Todos coincidían Lo
mismo: el final de esta película no se puede ni se debe
revelar, ya que es lo más asombroso, lo más
impredecible, como jamás se hubiese imaginado

La película llevaba quince días en cartel y ya
no había localidades para ninguno de esos días, por
lo que era muy probable que se tuviese que prorrogar al menos una
semana más en la cartelera.

Después de siete sesiones, los comentarios de los
espectadores de una misma sesión, no se parecían en
absoluto a los comentarios de los espectadores de otra.
Parecía como si hubiesen presenciado películas
diferentes. Únicamente coincidían en que la
película estaba dividida en varias secuencias distintas,
pero las versiones diferían unas de otras. Del final no
querían hablar tampoco.

-¿Cuál era el misterio? -¿Qué
ocurría dentro de la sala que la gente no quería o
no sabía explicar?

Aunque Roland Camús no era muy proclive a conceder
entrevistas y
menos aún a asistir a un plató, por fin la TV
norteamericana, logró que el director-productor de
Misterium, accediera a concederles una entrevista con
la presentadora más prestigiosa de la cadena, Oprah
Winfrey, cariñosamente, Oprah, en su famoso programa El talk
Show de Oprah Winfrey. Ésta se llevaría a cabo el
viernes 25 de mayo, a las 20,00 h. La hora de máxima
audiencia.

Entrevista que traducimos al español
para todos ustedes.

Entrevistadora: – Señor Camús, en primer
lugar, mis más sinceras felicitaciones por el éxito
de su película. – Muchas gracias. –
contestó el cineasta.

Entrevistadora: – ¿Qué tiene para usted
el cine de terror, que no tienen otros géneros?

Cineasta: – Bueno, muchas cosas. En primer lugar
emoción, pero además descarga las tensiones
cotidianas del espectador, saca sus emociones
más recónditas, Los buenos filmes, mantienen a la
gente pegada a su butaca hasta que aparece la palabra fin. Es un
género que nunca pasará. – manifestó el
productor.

Entrevistadora: Dicen, quienes han visto Misterium, que
esta película, supera a todas las demás, que es lo
nunca visto.

Cineasta: No, como toda película de terror,
provoca el miedo en la gente, pero tal vez lo haga de una forma
más original. El público busca continuas novedades
y yo procuro dárselas.

Entrevistadora: Dicen que el día del estreno,
varias personas sufrieron algunos ataques de pánico.
¿Es eso cierto?

Cineasta: Sí, siempre pasa en mis
películas; tal vez me paso un poco en las escenas de
terror, por eso avisamos antes a las personas hipersensibles, o
muy impresionables que se abstengan de presenciarlas. –Dijo
sonriendo el director.

Entrevistadora: No le voy a preguntar, Señor
Camús por el final de su película naturalmente,
pero permítame preguntarle si el final es más
inesperado que de costumbre, en este tipo de filmes.

Cineasta: Por supuesto, mucho más inesperado y
original.

Entrevistadora: Seños Camús,
¿qué porcentaje del éxito de la
película correspondería a los actores y cuál
le correspondería a usted, como productor y director,
teniendo en cuenta que los actores no son para nada conocidos ni
famosos?

Cineasta: Yo le daría al menos un 90% a estos
actores, sin cuya colaboración, mi película no se
hubiese podido llevar a la pantalla.

Entrevistadora: ¿No está siendo usted,
Señor Camús, demasiado humilde, demasiado
modesto?

Cineasta: De ninguna manera, incluso, es posible que
ellos merezcan un porcentaje mayor en la consecución del
éxito de la película, pero eso lo decidirán
los espectadores que son los verdaderos jueces. Yo no puedo ser
totalmente objetivo.

Entrevistadora: Roland Camús, el director de la
película de más éxito en estos momentos.
Volvió a repetir Oprah Winfrey, dirigiéndose a su
público. Muchas gracias por habernos concedido esta
entrevista en exclusiva para nuestro programa de televisión
El talk Show de Oprah Winfrey. Muchas gracias, señor
Camús.

Cineasta: Muchas gracias a ustedes. – Se
despidió el director de Misterium.

La entrevista había sido seguida por millones de
espectadores, registrando picos de máxima audiencia.

A los ocho días de que la película estuviese en
cartel, se produjo un hecho insólito: la película
fue denunciada por dos personas, quienes alegaron que los
espectadores que entraban al cine en cada sesión, no eran
los mismos que los que salían. Los denunciantes, que por
cierto no habían visto la película por no conseguir
entradas, aseguraban tener un vídeo y varias
fotografías que demostraban su denuncia.

Aseguraban también que los espectadores que
habían entrado no habían vuelto a salir por ninguna
de las puertas del cine, por lo que concluían que los
habían hecho desaparecer. No podían demostrar
cómo.

Ante tan drásticas acusaciones, el juez de guardia
Peter Turner, mandó iniciar una investigación en profundidad. Lo primero
que hizo fue solicitar la entrega del vídeo y de la
colección de fotografías. A continuación
ordenó a la policía judicial una exhaustiva
investigación sobre los espectadores que habían
acudido cada uno de los siete días a ver la
proyección de la película. Si habían
desaparecido, esa investigación lo demostraría.

Después de varios días, el juez Turner
procedió a analizar el vídeo en profundidad. Un
comité de expertos lo estudio secuencia a secuencia,
comprobando que efectivamente en la primera sesión, no
coincidían las caras de los espectadores que entraron con
los que salieron, pero esa primera impresión podía
llevar a error, dado que el vídeo podía estar
manipulado. Los peritos compararon también los trajes y
vestidos, e incluso el calzado de unos y otros. Si no
coincidían las caras, al menos debería coincidir la
ropa. Contabilizaron los modelos y
colores de cada
clase de zapatos entrantes y salientes. Lo mismo hicieron con
pantalones y chaquetas en los hombres y faldas y blusas en
mujeres. Igualmente con el resto de la ropa.

¡Y sorpresa! Excepto un error admitido de un 1%, toda la
ropa que había entrado, coincidía con la que
había salido. ¿Habría habido una
confabulación en la que los espectadores salientes se
hubiesen vestido con la misma ropa de las personas que
habían entrado y que habían desaparecido?
Parecía una posibilidad muy remota y excesivamente
rocambolesca.

Por otro lado, la policía estaba intentando localizar a
alguno de los espectadores que asistieron a la primera
representación, para entrevistar a algunos que pudiesen
dar alguna explicación. Para ello interrogaron al personal del
cine, a algunas personas que estuvieron ese día en la cola
sin lograr entrar. Utilizaron los resguardos de las localidades y
también las fotos que
habían obtenido los dos denunciantes ese día.

Tras larga y ardua investigación policial, los agentes
Antonio Regueiro y Philippe Carter dieron con el paradero de dos
de ellos: John y Nancy Thomson.

oooOOOooo

Capítulo III

(El desenlace)

Ocúltense tras sus butacas, seguía gritando John
a voz en grito cuando la sala se volvió a oscurecer.
-Sólo la pobre luz de las antorchas aportaba una tenue
iluminación a la misma.

Quedaba ya poco con que iluminarla; los cortinajes ya
habían sido utilizados. Ya sólo podrían usar
la madera de las
butacas, pero eso no resultó aconsejable debido al barniz
y a la tapicería, lo que provocaría un humo negro
irrespirable, facilitando aún más si cabe, la total
impunidad del
asesino debido a la invisibilidad provocada por ese humo
tóxico.

La nueva escena representaba una expedición submarina,
donde los protagonistas, vestidos con su traje de buzo se
adentraban en una profunda cueva muy colorista, repleta de
plantas de
diferentes formas y colores entre las cuales pululaban multitud
de animales
submarinos: desde pequeños peces
multicolores a animales de gran envergadura, incluidos los
tiburones y las morenas.

La comitiva avanzaba despacio y con precaución. En la
mano llevaban un fusil arponero como medio de defensa, pero
aún así la expedición era altamente
peligrosa.

De repente, en el fondo de la gruta, los espectadores pudieron
ver brillar con gran nitidez los ojos de un pulpo gigante que,
agazapado, esperaba y observaba el avance de los cinco buzos que
formaban la expedición.

Cuando estos llegaron a su altura, el pulpo lanzó sus
tentáculos, como una catapulta sobre ellos, aprisionando a
tres buzos con sus ventosas y atenazándoles de tal manera
que no podían utilizar sus fusiles. Los espectadores,
lanzaron entonces, un grito de terror. ¿Qué les
ocurriría a ellos ahora?

La opresión era ya tan fuerte que apenas podían
respirar. Los tres buzos luchaban tenazmente por escapar del
mortal abrazo del gigantesco pulpo, pero cuanto más se
debatían, más rápidamente se quedaban sin
aire y se agotaban sus energías.

Al mismo tiempo, los espectadores más cercanos a la
pantalla comenzaron a notar también la escasez de
oxígeno; se llevaron instintivamente las
manos a sus gargantas y abrieron la boca, tratando de captar la
máxima cantidad de aire posible.

Los cascos de los tres buzos atrapados, cayeron hacia delante,
al romperse la escafandra y sus dueños, exhalaron su
última bocanada de aire, formando un gran número de
burbujas.. Mientras tanto, sus dos compañeros
supervivientes lograban atinar con sus fusiles en medio de los
ojos del cefalópodo que soltó inmediatamente una
nube de tinta y aflojó su presión
sobre los tres desafortunados buzos, pero ya era demasiado
tarde.

También fue demasiado tarde para los diez espectadores
que se vieron afectados por la carencia de oxígeno durante
la proyección.

Cuando se encendieron las luces, sus compañeros
más cercanos, pudieron ver a sus compañeros de fila
con sus rostros amoratados y desvanecidos sobre el suelo o en sus
propias butacas. Todos habían ya dejado de existir.

Los doscientos doce espectadores que aún quedaban en la
sala llegaron al máximo del histerismo: golpearon todo lo
que encontraban a su paso, golpeaban butacas, rompían
altavoces y gritaban; gritaban como seguramente, nunca lo
habían hecho antes en su vida. Hasta John perdió
las composturas y la serenidad que hasta ese momento había
tenido.

-¡Criminales! Gritaba. – ¡Dad la cara! –
¡Asesinos! Y golpeaba con todas sus fuerzas, sobre todo lo
que tenía a su alrededor.

La voz volvió a sonar fuerte y con toda claridad, a
pesar de que todos los bafles habían sido ya destruidos
por los espectadores. -¿Por dónde saldría la
voz? – Se preguntaban unos a otros.

-Tranquilizaos, tranquilizaos. -¿No queríais
terror? -¿No sois todas y todos unos apasionados de este
género? – Pues no hay más terror que el que se vive
realmente.

-¿Habéis pensado cómo se siente una
persona en el momento de su muerte? Aunque sea una muerte
natural, esa persona está sola ante ella. Nadie la puede
ayudar. -¿Os imagináis su terror aunque esté
rodeada de toda su familia entre las blancas sábanas de la
cama de un hospital? -¿Os imagináis lo que sienten
las personas que veis en la televisión y que son víctimas de un
terremoto, cuando ven que su casa tiembla y que todo se les cae
encima? – ¿Lo habéis pensado? -¿Y un
tsunami? -¿Podéis imaginar lo que se siente,
segundos antes de que millones de litros de agua caigan sobre una
persona? -No, creo que no lo sabéis.
-¿Intuís siquiera lo que pudieron sentir las miles
de personas, un segundo antes de la explosión de la bomba
atómica, en la ciudad de Hiroshima cuando empezaron a
notar como todo se convertía en una gigantesca bola de
fuego, y el aire subía a miles de grados de temperatura?
-¿Sabéis, por último, lo que siente un
niño agredido por un psicópata o un pederasta? -No,
tampoco lo sabéis. -Eso es el verdadero terror, y eso es
lo que os gusta ver, por eso os lo he mostrado todo, lo
más realmente posible; para que lo notéis en
vuestras carnes, en vuestro aliento, en vuestro propio ser.

Todos los espectadores enmudecieron.

-Ahora vais a ver el final de esta película. Las luces
se volvieron a apagar. Los espectadores volvieron a esconderse
tras sus butacas. – ¿Qué nueva tétrica
sorpresa les esperaba aún? ¿Morirían todos?
Los gritos se multiplicaron por mil.

Habían visto morir a muchos de sus compañeros de
butaca, incluidos familiares muy queridos como en el caso de
Nancy. – ¿Moriría alguien más
todavía? -¿Hasta dónde era capaz de llegar
ese monstruo invisible que había organizado todo esta
masacre?

Durante un tiempo, que a todos les pareció infinito, la
sala permaneció a oscuras. Silencio sepulcral. No se
oía ni la respiración de los supervivientes. La
pantalla no se iluminaba.

Durante este tiempo, las preguntas que se hacían los
espectadores, eran de todo tipo: – ¿Qué estaba
pasando? ¿Habría más víctimas?
¿Me tocaría ahora a mí? ¿Tal vez esto
era una venganza? – Pero todos tenían una misma idea en
sus mentes, si salían de ésta, jamás
volverían a ver una película de terror y esperaban
que al autor de esta ignominia, lo metieran en la cárcel
para toda su vida, aunque la mayoría reconocía, que
las palabras que acababan de escuchar les habían
impresionado.

De pronto bajó del techo una gran pantalla que
cubrió todo el escenario. De momento nada apareció
en ella; una música de misterio, como la que es habitual
en este tipo de películas, se oyó con gran
intensidad en toda la sala.

De repente apareció con grandes letras la palabra
MISTERIUM, sombreada con gotas de sangre que se escurrían
por toda la pantalla. Nuevamente lo espectadores gritaron de
miedo.

A continuación, volvieron a aparecer la escena de los
jinetes indios, pero esta vez en sentido retrospectivo, es decir
hacia atrás. Los colonos que habían muerto se
incorporaban, a la vez que las flechas que tenían clavadas
desaparecían de sus cuerpos como por arte de
magia.

Una vez desaparecido de la pantalla este film, volvió a
aparecer en la pantalla la palabra MISTERIUM y tras un tiempo
relativamente corto, se proyecto el
segundo film, la persecución policial; también en
sentido inverso, como si los coches recularan desde el patio de
butacas hacia la pantalla. El efecto fue el mismo, los heridos y
los muertos en el tiroteo volvieron a incorporarse a la
película como si tal cosa.

Los espectadores no daban crédito
a lo que estaban viendo.

Las escenas se sucedieron unas tras otras: Freddy Crugger,
Jack el Destripador, Aníbal Lecter, María
Antonieta, Robocop, El torneo medieval. En fin todas y cada una
de las películas que habían sido proyectadas y
todas en sentido opuesto.¿Por qué?

Tras lo cual, la palabra MISTERIUM, y su goteo de sangre
siguió apareciendo en la gran pantalla, provocando el
terror en los espectadores que seguían cobijados tras las
butacas.

Por último, aparecieron los créditos, con una sucesión de
nombres desconocidos para la mayoría y en un número
que superaba con creces a los que aparecían normalmente en
cualquier superproducción. -¿Qué es esto? –
Se preguntaban unos. -No puede ser real. – se decían
otros. -Si no ha habido película,

-¿Cómo es que aparecen tantos actores, y todos
desconocidos? – Se preguntaban algunos.

Mientras tanto, nombres y más nombres, surgían
de abajo hacia arriba hasta llegar a los nombres del director y
productor y los sellos que reflejan la propiedad
intelectual de la empresa
cinematográfica.

También, había llamado mucho la atención de los espectadores, la cantidad
enorme de nombres que formaban parte de la realización,
maquillaje y efectos especiales, más de ochocientos.

¿Cómo podían haber intervenido tantas
personas en la realización de una película
inexistente? Y lo que es más grave ¿Cómo
podían haber intervenido en aquella masacre? Si era
así, todos ellos eran también culpables de los
asesinatos.

Una vez que todos los créditos fueron expuestos,
apareció en la pantalla una nota que decía:

Señores espectadores, confiamos en que cuando se
enciendan las luces de la sala, comprendan perfectamente el
argumento de la misma y el porque de todas sus secuencias, y que
aunque hayan sufrido espectacularmente el terror en sus carnes,
lleguen a comprendernos y a disculparnos. Por eso confiamos en
que ninguno de ustedes, revele a nadie el argumento de la misma,
lo cual haría que este film no haya tenido razón de
ser.

Nuevamente apareció la palabra MISTERIUM,
acompañada del mismo fondo musical de misterio.
Después desapareció y la sala quedó
nuevamente a oscuras pero con la música de fondo, lo que
propició que los espectadores se volvieran a ocultar tras
sus butacas, temerosos todavía de que sucediera algo
imprevisto.

Por fin, las luces de la sala se fueron encendiendo
lentamente, una tras otra. Los espectadores se fueron
incorporando aún con el miedo en el cuerpo, cada uno a su
localidad y lo que vieron los dejó estupefactos.

Poco a poco las víctimas habidas a lo largo de la
película, o más bien de las películas se
fueron incorporando: unos con sus flechas aparentemente clavadas
en sus cuerpos, otros saliendo de las filas de butacas que se
recolocaron automáticamente, los que habían
sucumbido a los disparos se levantaban llevando todavía
sobre sus ropas las marcas rojas de
lo que al parecer había sido sangre. Freddy Crugger
había hecho verdaderos destrozos en los cuerpos de algunas
de sus víctimas y Jack el Destripador había abierto
el abdomen de las suyas, que se incorporaban como si tal cosa
arrancándose o más bien despegándose unos
intestinos de plástico
adheridos a su cuerpo. Nancy apareció sentada en la butaca
al lado de su padre, quien la miró sonriente
felicitándola por su trabajo y caracterización.

Todos habían sido trucos y efectos especiales y los
actores que habían aparecido en los créditos no
eran ni más ni menos que las personas que habían
actuado de víctimas en la sala del cine, perfectamente
caracterizados

Al final el patio de butacas se llenó con el conjunto
de todos los espectadores que habían entrado en la sala y
quitando algunos desperfectos que pronto serían reparados
por el equipo de realización, todo volvía a estar
como antes.

Los sollozos de algunos, se mezclaban con las risas
histéricas de otros. Algunos permanecían callados
en sus butacas con rostros de estupor como si estuviesen en
trance.

La voz que les había hablado durante la película
les dijo:

-Tenemos que agradecer a todos nuestros extras y
colaboradores, que han actuado maravillosamente, su
aportación a la realización de esta
película, pues cualquier fallo, hubiera dado al traste con
ella. -Del mismo modo es justo agradecer, a la dirección de maquillaje y efectos
especiales, el fabuloso trabajo de caracterización que han
realizado en tan poco tiempo, enseñando a nuestros
actores, las técnicas
de auto caracterización rápida. Muchas gracias
chicos; habéis hecho un trabajo excelente.

-También deseo darles las gracias, muy especialmente,
al Doctor John Thomson y a su hija, la señorita Nancy, por
su capacidad para influir en grupos
sociales cuya especialidad domina a la perfección. No
en balde, el señor Thomson es doctor en Psicología aplicada y
Sociología.

-También agradecemos especialmente a nuestros
cámaras y equipo de iluminación, el trabajo
realizado con las cámaras ocultas y rayos láser que
han sabido proyectar a la perfección las imágenes
virtuales que con efectos especiales, hacían parecer como
reales, las imágenes y personajes que entraban en la sala.
Todo era ficticio.

-¡Fenomenal trabajo!

Los espectadores no sabían qué hacer, unos
empezaron a gritar contra la película y su director, pero
al final la gran mayoría comenzó a aplaudir aquella
genialidad. En verdad, Roland Camús les había
sorprendido. Había demostrado ser el David Coperfield del
cine.

La pantalla se subió de nuevo, y detrás de ella
comenzaron a salir otras trescientas personas, que vestían
ropas similares a las de los espectadores. Un equipo de
fotógrafos,
debidamente camuflados habían fotografiado a los
espectadores entrantes, y un ejército de mujeres,
pertenecientes al equipo de la película, había
confeccionado una ropa similar para sus dobles.

Estos no daban crédito a sus ojos; cada minuto que
pasaba, era una nueva sorpresa.

A continuación, la voz en off se dirigió al
público en estos términos:

Señoras y señores, se ruega encarecidamente a
todos ustedes que para que la película MISTERIUM pueda
seguir proyectándose en esta sala en días
sucesivos, es necesario que la identidad de
todos y cada uno de ustedes no sea revelada, y para ello el
equipo de realización ha previsto una salida a
través de un pasadizo que comunica con el exterior, a
través del metro. Ustedes deberán ir saliendo poco
a poco para no despertar la curiosidad de los usuarios de este
medio de transporte.
Estas personas que ustedes ven en el escenario ocuparán su
lugar saliendo del cine. Muchas gracias por su
colaboración.

Inmediatamente los dobles comenzaron a cruzarse con los
espectadores que los miraban con curiosidad. Aquellos que
habían actuado como víctimas pasarían antes
por una sala, donde se lavarían, quitarían el
maquillaje, se pondrían una nueva ropa y volverían
a su realidad cotidiana.

Los dobles, mientras tanto iban saliendo lentamente, como si
de la salida de una sesión de cine normal se tratase.

Los transeúntes que miraban la cartelera los miraban
con cara de envidia por haber conseguido entradas para la primera
función, mientras que algunos se
atrevían a preguntar: -¿Qué tal es? -A lo
que les respondían: como todas las Roland Camús,
muy buena. -Pero no me preguntes el final, que no te lo voy a
decir, je, je.

La policía mientras tanto alargó las investigaciones
hasta que se proyectó por última vez la
película, momento en que se llamó a los dos
denunciantes para devolverles el vídeo y decirles que no
podían basar una acusación tan grave, en un
vídeo y unas fotografías tomadas sin la
autorización de los diferentes sujetos que
aparecían en ellas, y que además podían
haber sido manipulado.

Tras el consiguiente susto inicial, al final fueron informados
de la realidad y se les notificó que la policía
estaba al tanto del argumento de la película, para la cual
la productora había pedido la correspondiente
autorización judicial.

La investigación policial, en el fondo había
sido, como la película pura ciencia ficción.

FIN

La
nube

El comienzo de todo

Como cada tarde, Daniel Portoalegre
bajaba al río a pescar o más bien a relajarse un
poco, siempre decía que la pesca le
serenaba. Aquel día había sido un día de
mucho calor, un
día agobiante que sólo suavizaba un poco la
exuberante vegetación que crecía de forma
irregular en los márgenes del río y el agua fresca
que discurría siguiendo su curso.

Allí se respiraba calma y tranquilidad que invitaban a
una buena siesta lejos del mundanal ruido. Daniel
era transportista y se pasaba doce horas en el camión
aguantando el stress
crónico de las carreteras, por eso cuando llegaba el fin
de semana se marchaba a su remanso de paz. No en vano
tenía ya cerca de sesenta y cinco años.

Daniel, desplegó una pequeña silla de tijera de
las que usan los pescadores, la colocó en el lugar donde
la ponía siempre, en una pequeña playita que
formaba el río en uno de sus recodos, bajo los chopos,
álamos, sauces, y tamarindos donde la sombra aliviaba del
calor del estío.

Sacó de la bolsa los aparejos de pesca, desplegó
la caña telescópica y abrió la caja de
cebos, principalmente pastas, muy condimentadas con sustancias
dulces y olorosas, como vainillina, pasta de maní,
orégano, canela, etc.

Daniel, era muy meticuloso, cada especie necesitaba su cebo,
la carpa que era la más abundante en ese río
necesitaba, cebos muy dulces; incluso turrón les echaban
algunos pescadores para cebarlas.

Daniel tiró la caña, lanzando el hilo a larga
distancia, desde donde podía ver perfectamente la boya y
se sentó a esperar. Sacó también de la bolsa
una bota de vino y una tartera que contenía un buen pedazo
de tortilla y media butifarra.

Cuando alzó la cabeza para echar un buen trago, la vio.
El Sol
lucía en todo su esplendor y el cielo estaba totalmente
raso, de un azul deslumbrante que dañaba la vista; pero en
medio de esa vasta inmensidad etérea, estaba situada
aquella nube; justo en su cénit.

– Aquella nube no debía estar ahí, –
pensó. Algo no cuadraba. Aquella nube estaba totalmente
inmóvil; la verdad es que no hacía nada de viento,
pero aún así, por poco que soplase, siempre
debería moverse algo. De alguna manera aquella maldita
nube tendría que cambiar de posición aunque fuese
lentamente, pero no. Daniel estuvo observando a aquella curiosa
nube con tanto interés
que más de una vez los peces le comieron el cebo sin que
se diese cuenta.

Cuando enrollaba el carrete y recogía el anzuelo, otra
vez había desaparecido el cebo. A él que era un
pescador experimentado aquello le enfurecía y se
sentía ridículo. Nunca en sus muchos años de
pescador había consentido que nada le distrajese por eso
se venía solo a pescar, pero aquel día.

No podía explicar lo que le sucedía, se
sentía atraído por aquella solitaria nube,
¡maldita sea!

Cuanto más la miraba más hipnotizado se quedaba.
De repente le pareció observar como la nube cambiaba de
color sin motivo
aparente, pasando de ser muy blanca y algodonosa a plomiza y
pesada.

Daniel apartó por un momento la vista de la nube e
intentó concentrarse en la pesca que era para lo que
había ido allí. Comprobó una vez más
que los peces se habían comido su cebo y ya era la quinta
vez. – ¿Qué le estaba pasando, que perdía de
vista la boya y no se daba cuenta en qué momento
mordían los peces? Una de las veces le habían
arrancado hasta el anzuelo con cebo y todo. No podía ser,
aquello nunca le había sucedido a él.

Volvió a mirar a la nube y lo que vio le dejó
paralizado; dentro de la nube, ahora de color rojizo, se estaba
desarrollando una tormenta eléctrica. Rayos de color
azulado se producía en el interior de la nube.
¿Cómo era eso posible, si el cielo estaba despejado
y sólo había una nube en todo lo que alcanzaba la
vista?

A Daniel no le gustó para nada el cariz que tomaban los
acontecimientos. Aquello no era normal. De repente, la nube
comenzó a descender rápidamente y a Daniel no le
dio tiempo nada más que a esconderse entre la
vegetación.

De repente la nube lo cubrió todo, se extendió a
gran velocidad por toda la superficie del río y mientras
lo hacía, cientos de peces afloraban muertos a la
superficie, flotando panza arriba y siguiendo su corriente.

A Daniel se le erizó el cabello, mejor dicho, el poco
cabello que le quedaba, dejó abandonado todos los
aparejos, incluida la caña y echó a correr, pero
cuanto más corría más rápidamente se
extendía aquella especie de bruma, de niebla pesada que se
adhería a la vegetación como hebras deshilachadas,
entre ellas.

Pronto alcanzó a Daniel, al que el corazón se le
salía por la boca; Tuvo una gran sequedad de garganta,
mientras comprobaba como su cuerpo se deshacía en largos
jirones que se confundían con la niebla.

Aquella sensación no le produjo ningún dolor;
simplemente sintió que su cuerpo iba desapareciendo sin
dejar rastro. Al cabo de un rato no sintió nada;
había dejado de existir.

Poco a poco los jirones de niebla que se había
subdividido y subdividido en miles y miles de larguísimas
hebras de bruma espesa y pesada se volvieron a reagrupar y
ascendiendo volvieron a formar la nube; la nube que había
contemplado Daniel aquella tarde de sábado cuando se
disponía a practicar su afición favorita: la
pesca.

Al cabo de un rato la nube, aquella nube solitaria y
veraniega, había desaparecido. Todo volvía a estar
en calma; sólo unos cuantos peces muertos, una silla de
pescador, unos aparejos y una caña telescópica.
Todo esparcido en unos cincuenta metros a la redonda.

El sol brillaba en toda su intensidad y un cielo
límpido y azul cubría todo lo que cualquiera ser
humano hubiese podido observar.

oooOOOooo Una semana más
tarde

Altea Alicante

6,35 AM

Juanjo Menéndez repartidor de pan de la Panificadora
Sol Oriente, se quedó clavado frente a la playa, toda la
orilla estaba negra como el tizón; en un primer momento
pensó que eran algas o tal vez alquitrán. De vez en
cuando algunos capitanes de barcos desaprensivos, limpiaban sus
bodegas en alta mar sin pensar en el deterioro medioambiental que
eso producía entre los animales y plantas y como no, en la
hermosísima playa de su pueblo, pensó.

Decidió dejar el carrillo en el paseo marítimo y
bajar hasta la orilla del mar para divisar más de cerca
cual era la causa.

En parte le extrañaba mucho, porque el día
anterior había sido extraordinario para ir a la playa y
nadie se había quejado de que estuviera sucia, por lo que
decidió investigar. A las 6,35 de la mañana
todavía no había acudido nadie a la playa,
sólo él, Juanjo Menéndez, el repartidor del
pan.

Según avanzaba por la extensa playa hacia la orilla,
Juanjo la vio. ¿Qué hacía aquella solitaria
nube en medio de un día azul y con sol? No lo podía
entender.

Cuando llegó a la orilla, se quedó horrorizado.
Aquella línea negra que bordeaba todo el litoral de la
playa no eran algas como había creído en un
principio, ni tampoco era alquitrán, sino miles y miles de
peces muertos y ennegrecidos, como si hubiesen sido
electrocutados. Durante un rato Juanjo se quedó
paralizado, sin saber que hacer. De pronto decidió que
aquello debía ponerlo en conocimiento
de las autoridades. Podía deberse a un vertido ilegal de
algunas de las fábricas que poblaban el litoral
mediterráneo y que vertían sus residuos al mar.
Aquellos vertidos, podían estar contaminados.

Cuando, Juanjo se disponía a marcharse comprobó
que la nube se había oscurecido y había bajado de
nivel; concretamente estaba encima de él. Aquello pasaba
de castaño a oscuro; notó que le temblaban las
piernas y decidió salir corriendo pero las piernas no le
respondieron. Sentía como si llevara plomo en los pies.
Por más esfuerzos que hacía más se
hundía en la arena, a la vez que sentía como un
hormigueo en las piernas y éstas le desaparecían
del resto de su cuerpo. Comenzó a gritar y gritar hasta
que la arena de la playa, se lo fue tragando del todo, lo fue
absorbiendo como cuando los niños tiraban un cubo de agua
sobre ella, y una marca negra en
forma de redondel quedó grabada sobre la arena y
contribuyó a que se extendiera aún más la
mancha negra que Juanjo había contemplado desde el paseo
marítimo.

Varios transeúntes reconocieron el carrito de Juanjo
que era muy conocido en Altea y pensaron que se había
bajado a la playa para darse un baño. Algunos otearon el
horizonte, pero no divisaron nada. La playa estaba como siempre,
azul, y muy limpia; el Sol brillaba en todo su esplendor y
algunos bañistas se disponían a tomar su primer
baño del día.

La mancha negra había desaparecido por completo al
igual que aquella inoportuna nube que había visto Juanjo y
que ahora había desaparecido del horizonte.

Al cabo de un rato la playa se llenó de
bañistas: unos con tumbonas, otros con pelotas para jugar,
otros con flotadores. Niñas, niños, mujeres y
hombres descansaban tranquilamente en las playas de ese bonito
pueblo alicantino, Altea.

Curiosamente el carrito del panadero permaneció varios
días allí, sin que nadie le diese importancia hasta
que un día desapareció.

Algún amigo de lo ajeno debió pensar que para
estar allí sin ser usado, él le daría alguna
utilidad y el
carrito, lo mismo que Juanjo Menéndez, desaparecieron para
siempre, pero nadie lo notó.

En la panificadora, tampoco lo echaron de menos. Juanjo era un
poco "cabeza loca", cambiaba de empleo como de
calzado y era muy informal para el trabajo.

Seguro que había encontrado otro trabajo en
algún otro pueblo de los alrededores o se había ido
a Madrid. Esa
idea le bullía en la cabeza en las últimas semanas,
según sus compañeros, aunque pensaban que estaba
muy mal que no se hubiese despedido y entregado su carro en la
panificadora.

oooOOOooo

Portonovo (Galicia)

Tres de la madrugada

La marea está subiendo y por tanto cubriendo la arena
que forma la playa. Normalmente suele subir hasta la mitad de la
playa pero esa noche, mientras todos los vecinos de Portonovo
están durmiendo, el agua del mar ha saltado ya el dique
que separa la playa del paseo marítimo.

En lo alto del estrellado cielo figuran dos elementos muy
importantes, uno era la luna llena y el otro una nube rojiza que
iluminaba todo con su color. Cualquier viandante que pasara en
ese momento por allí descubriría que esa nube
estaba de más. No debía estar allí, pero
estaba.

Poco a poco la nube fue descendiendo hasta situarse a ras del
suelo y poco a poco se fue extendiendo por la playa hasta formar
una neblina que se fue deshilachando en jirones y
extendiéndose más allá de la playa
ascendiendo por las primeras casas del paseo marítimo.

La extensa nube o mejor dicho la bruma en que se había
convertido se colaba por rendijas, resquicios, ventanas, puertas
y todos los recovecos que había en casas y comercios,
desapareciendo en su interior. Cada vez se hacía
más extensa y los jirones que entraban por un sitio
volvían a salir por otro de tal manera que la mitad del
pueblo se vio invadida al cabo de una hora por aquella misteriosa
bruma, impropia del mes de agosto.

De repente los jirones, retazos, y fragmentos de la niebla
comenzaron a retirarse y a reunirse formando de nuevo la nube,
una nube oscura de color gris plomizo que pronto comenzó a
ascender cambiando su color a blanco en forma algodonosa que
después de ascender se fue desplazando hasta desaparecer
hacia el interior del mar.

Al cabo de un buen rato todo volvió a la normalidad. La
luna llena iluminaba la noche estrellada como una gran antorcha
llameante en medio del pueblo. Varios perros ladraron
en la lejanía mientras que una brisa suave soplaba de
poniente.

Ningún rastro de aquella nube quedaba ya en el cielo
que se mantendría despejado y brillante hasta el
amanecer.

Cándida llamó por enésima vez a la
puerta, dando fuertes golpes con el aldabón en forma de
puño. Aquello era muy extraño, eran las nueve de la
mañana y su hermana solía estar ya preparada para
ir con ella a la lonja; no solía quedarse dormida. Aquello
era ya preocupante.

También le extraño no oír murmullos,
voces, llantos de niños entre la vecindad. Allí
reinaba un silencio sepulcral, como si todos los vecinos de la
casa estuviesen todavía durmiendo. También le
sorprendió aquel extraño olor a
putrefacción, a cosa descompuesta.

Cándida decidió volver a su casa y llamar desde
allí a su hermana por teléfono; no cabía duda que se
había quedado dormida. Aunque vivía en la otra
parte del pueblo, no tardó en llegar, subió a su
casa, abrió la puerta y se dirigió directamente al
teléfono.

No había nadie en la casa, su marido se había
ido a las cinco de la mañana hacia el puerto para
embarcarse en el pequeño barco de pesca de su propiedad, el
"Estrella del Mar". Él era el patrón pero le
acompañaban cuatro tripulantes más, todos ellos
familia de Antonio, su marido.

El pitido intermitente del teléfono, sonó una y
otra vez hasta que Cándida comprendió que nadie se
lo cogería, por lo que decidió llevarse las llaves
que tenía de la casa de su hermana y regresar de
nuevo.

Aquello ya la empezaba a preocupar; bajó a toda
velocidad y se plantó en la casa en un
santiamén.

Introdujo la llave en la cerradura y abrió. No se
oía nada. Cándida la llamó varias veces: _
¡Isabel! ¡Isabel! Pero fue inútil, nadie la
respondió, así que optó por recorrer todas
las habitaciones.

Era una casa grande con cinco habitaciones y dos cuartos de
baño, un cuarto trasteo y una plaza de garaje.
Cándida fue pasando de unas habitaciones a otras hasta
llegar al dormitorio, donde vio la cama deshecha y la ropa
colgada del vestidor como si no se hubiese llegado a vestir.
Aquello la extrañó mucho, a no ser que hubiese
decidido ponerse otra ropa y hubiera salido a resolver
algún asunto inesperado.

Toda la casa estaba impregnada de aquel olor raro, putrefacto
que no podía definir. Intentó buscar alguna nota o
algo que le indicase adónde podía haberse
marchado.

No se oían voces por los patios ni por las terrazas, es
como si todo el mundo estuviese durmiendo o hubiesen enmudecido.
De pronto oyó golpes en otras puertas y murmullos de gente
en la calle.

Cándida se asomó y contempló varios
corrillos de gente que con gestos muy elocuentes parecían
estar como ella, asombradas y extrañadas sobre sucesos
parecidos en sus propios edificios y en sus propias familias.

Cándida salió rápidamente y bajó a
la calle; se cruzó con varias personas que aporreaban las
puertas como antes había hecho ella. Todos se
conocían, como ocurría en la mayoría de los
pueblos y pronto se congregó en la calle un grupo bastante
numeroso de personas.

– Mis padres tampoco están. – Decía una
señora de unos cuarenta años. – Y ellos son
ya muy mayores como para salir solos. Esto es muy extraño.
– Comentaba.

– Tampoco hay nadie en casa de mi cuñada. – No me dijo
que hoy fuera a ir a ningún sitio y además no suele
irse sin avisar.

– Hoy hay mercadillo de Sanxenxo, puede que se hayan ido
allí. –Comentó un señor mayor. – No,
no lo harían sin avisar. – respondió una de las
señoras.

– ¿Has visto a tu hermana, Cándida? – Le
preguntó una muchacha del grupo. – No, mi hermana tampoco
está y es muy extraño. – ¿Habéis
notado ese olor tan desagradable que hay por todas partes?, les
preguntó a todos. – Sí, es verdad, yo lo llevo
notando hace ya un buen rato.

– La verdad es que no pueden haber desaparecido tantas
personas de repente. Yo creo que debemos dar parte a la Guardia
Civil. – Dijo Cándida.

– Estoy de acuerdo, añadió un muchacho joven que
tampoco había encontrado ni a sus padres ni a sus hermanos
más pequeños. – Yo he venido esta mañana de
Pontevedra y cuando he entrado en mi casa he descubierto que no
había nadie; han desaparecido mis padres y mis hermanos y
eso es muy extraño. – ¡Venga! Vamos todos al puesto
de la Guardia Civil. – dijo aquel muchacho tomando la
iniciativa.

– ¡Vamos corearon todos los demás! Y se
dirigieron con paso rápido hacia el puesto de la
Benemérita.

– ¿Nadie ha notado nada extraño? Preguntó
Felipe, mientras se encaminaban hacia el cuartel.

– Ahora que lo dices cuando yo venía por la carretera
observé una gran nube blanca que se retiraba a gran
velocidad cuando no soplaba ni pizca de viento; era muy
extraño, una única nube en el cielo. Una nube que
estaba de más. Pero yo en ese momento no le di
importancia.

– ¿Pero eso qué tiene que ver con la
desaparición de todas estas personas? _ comentó
Serafín, un hombre de unos cincuenta y cinco años.
No, aparentemente nada, – comentó Luis, y yo en ese
momento, como digo, no le di importancia, pero ahora no sé
que pensar. Esa nube no debería estar allí. –
Es lo único que digo.

Cuando llegaron al cuartel de la Guardia civil, los
recibió el Comandante de puesto y tras escucharles
pacientemente y rogarles que se calmaran, les prometió que
enviaría a un coche patrulla para investigar el asunto. –
No puedo prometerles nada más. Es todavía muy
pronto para dar a esas personas por desaparecidas. –
dijo.

Varias voces se levantaron en señal de protesta.
Nuevamente el Guardia Civil, les pidió calma
prometiéndoles una investigación en
profundidad.

A continuación, les recomendó que regresaran a
sus respectivas casas y esperaran con paciencia el devenir de los
acontecimientos. Era muy probable que se estuviesen precipitando.
Posiblemente sus familiares aparecieran cuando menos se lo
imaginasen y todos ellos tendrían seguramente una
explicación convincente.

Todos los vecinos se fueron marchando a regañadientes,
no muy convencidos de las últimas palabras del
comandante.

A la semana siguiente, nada se había descubierto;
aquello era un misterio que ni la Guardia Civil había
podido resolver. Vinieron varios equipos de investigación
de Madrid y Barcelona; agentes expertos y muy meticulosos que no
dejaron ningún rincón sin escudriñar. No
había rastros de violencia, ni
huellas que no fuesen de los propios habitantes de los
dueños de las casas, etc.

La Guardia Civil y los equipos de investigación
comunicaron el suceso al CSIC para recibir nuevas instrucciones y
nuevos equipos. Aquello pasó en una semana al
ámbito militar

Ruth

Ruth era vecina de Cadaqués una localidad
turística de Gerona, último refugio del famoso
pintor, Salvador Dalí. Situado en plena Costa Brava, el
pueblo es de una belleza extraordinaria con grandes acantilados
que se mezclan con pequeñas calas en las que desembocan
las estrechas callejuelas del intrincado laberinto que forman
entre sí las calles y rincones de este pueblo
pintoresco.

Aquella mañana decidió bajar al pueblo bien
temprano para ser una de las primeras, a la puerta de la lonja;
Lugo había mucha aglomeración debido al
número de turistas que la abarrotaban.

Debía tener cuidado con las empinadas escaleras que se
intercalaban entre los distintos callejones, ya que
Cadaqués estaba situado en la falda de la montaña
que bajaba hasta el mar, en plena Costa Brava.

Hacía un día espléndido, un día de
playa. Ruth miró al cielo resplandeciente por el Sol que
ya apuntaba en el horizonte. La única nota discordante en
el azul del cielo, era aquella nube. Una nube blanquecina que se
iba alejando rápidamente en el horizonte a pesar de no
correr ni pizca de viento.

Aquella nube no debía estar allí, no pegaba.
– Pensó

Bajar era coser y cantar, pero cuando tenía que subir,
sudaba la gota gorda, monos mal que Ruth, estaba ya acostumbrada
y no cambiaría su pueblo por nada del Mundo.

Ruth, estaba casada con Jaume y tenía dos hijos
preciosos, Vincent y Mariola de quince y trece años. Jaume
era arquitecto, lo que les permitía tener una
posición holgada económicamente y Ruth era una
mujer feliz y muy sencilla. Trataba con toda la gente de
Cadaqués desde los más humildes hasta los
más ricos y todos la apreciaban también a ella.

Aquella mañana, después de casi media hora de un
largo descenso hasta la parte más baja del pueblo, donde
estaba la lonja, Ruth pudo comprobar que estaba vacía. –
¿Cómo era posible que todavía no hubiese
llegado nadie?, era incomprensible.

Al poco rato sólo habían llegado unos doce o
catorce vecinos que esperaban igual que Ruth, la apertura de la
Lonja. Todos cuchicheaban entre sí, mostrando su
extrañeza.

Ruth participó de inmediato en la conversación.
Todos mostraban mucho interés en la
conversación.

Arnau comentó: -Es muy extraño, además de
la Lonja, todos los comercios de la plaza están cerrados y
cuando yo he llegado aquí no había ni un alma, aparte
de Ruth naturalmente. Cosa extraña porque esta plaza
siempre está repleta de personas a cualquier hora del
día o de la noche. Como sabéis los muchachos se
suelen reunir aquí la noche de los viernes para alternar
hasta altas horas de la madrugada y no había nadie, ni
vecinos del pueblo ni siquiera turistas que suelen ser muy
madrugadores. No lo puedo entender.

Más y más gente se fue congregando hasta las
once de la mañana sin que hubiese signo de vida en
comercios, bares, mercados,
etc.

La lonja permanecía cerrada a cal y canto y los barcos
que habían ido a faenar, se encontraban con la
mercancía llenando sus bodegas y sin poderlos descargar.
Si aquello duraba mucho tiempo el pescado se estropearía.
– Comentaban los marineros.

Dos coches de la Guardia Civil, hicieron acto de presencia. –
¿Qué ocurre aquí? Preguntó el
sargento a varios de los contertulios. – No sabemos
qué ha pasado, sargento. – Mírelo usted mismo.
Todos los comercios están vacíos, abandonados.
– Como si a sus dueños se los hubiese tragado
la tierra.
Algunos vecinos ya han ido a sus domicilios a comprobar si
estaban y sus casas o están desiertas o sus familiares no
saben nada; es más algunos han bajado a toda prisa a la
plaza para saber de sus familiares. Mire sargento, allí
están algunos de ellos – Les dijeron
señalando a uno de los grupos.

El sargento y dos números se acercaron a un corrillo de
personas que eran todas familiares de los desaparecidos.

No señor, no sé nada, mi marido bajó esta
mañana a las ocho como de costumbre para preparar la
tienda y desde entonces no he vuelto a saber nada de
él.

Yo tampoco sé nada ni de mi marido ni de mi hijo;
tenían que haber abierto el bar a las nueve de la
mañana y no lo han abierto, no hay rastro de ellos y yo he
entrado en él y está tal y como lo dejamos anoche;
tan sólo huele distinto. Huele como a algo putrefacto.
Efectivamente, dijeron a coro todos los demás.

Algunos entre sollozos describieron escenas parecidas, tan
solo las tiendas que abrían más tarde como la
farmacia, los ultramarinos, etc., se encontraban en perfecto
estado y sus dueños no habían desaparecido aunque
sus comercios tenían también ese olor
característico.

La Guardia Civil realizó un registro a fondo,
pero no pudo encontrar ninguna pista que mostrase algún
indicio de lo que allí había sucedido.

El sargento notificó el suceso a la comandancia de la
Guardia Civil y se llevó una sorpresa cuando
recibió aquella noticia. Le ordenaron que no comunicase
absolutamente nada a la población. Había que evitar a toda
costa que cundiese el pánico entre sus habitantes.

A esa misma hora, varios helicópteros y varios F18 de
la base aérea de Torrejón en Madrid, despegaban en
distintas direcciones, surcando el espacio aéreo
español para intentar descubrir algo que fuera causante de
aquel fenómeno. Iban buscando una nube. Lo que
parecía una aguja en un pajar.

A las tres de la tarde de aquel lunes veraniego de 2011, ya se
habían notificado más de veinte casos parecidos en
la CENTRAL DE INTELIGENCIA
españoles.

En todos ellos se habían apreciado las mismas
coincidencias: gente desaparecida, casas y comercios abandonados,
olor nauseabundo, pero sobre todo, – la nube.

Sí una nube que estaba de más en esos lugares.
Una nube extraña, blanca decían unos, plomiza
decían otros, incluso rojiza en algunos casos. En algunos
lugares, después de aparecer la nube, habían
aparecido peces muertos y plantas destrozadas; parecía
como si aquella nube sembrase la muerte a su alrededor.

oooOOOooo

Veneno

Dos meses más tarde.

El avión 747 de las fuerzas aéreas
española que trasportaba al Jefe del Estado mayor y a
otros altos oficiales entre generales, tenientes generales,
coroneles, etc., tomó tierra con un
fuerte chirriar de las ruedas al entrar en contacto con el
asfalto de la pista número tres del aeropuerto militar de
San Javier en Murcia.

El motivo de su visita era secreto militar, solo se
sabía que su misión en
Murcia era para tratar en una cumbre bilateral entre España y
Francia, asuntos que tenían que ver con la Seguridad
Nacional.

Ambas delegaciones habían elegido la ciudad de Murcia
para mantener dicho contacto a dos bandas por ser un sitio
discreto que no despertara sospechas a nivel internacional.

Un séquito muy reducido, formado por varios militares y
el Gobernador Militar formaba el comité de
recepción que los llevaría a su destino, destino
que se mantenía en secreto para que no trascendiese a la
prensa.

Una vez que el aparato se hubo detenido y se colocó la
escalerilla adosada a la puerta del 747, los militares comenzaron
a descender del avión siendo despedidos con un riguroso
saludo militar por los tripulantes del aparato.

Una vez en tierra y tras saludar a las personalidades que
formaban el comité de recepción, subieron en sus
respectivos automóviles, llevando tan solo dos motoristas
delante y dos detrás. Los vehículos no portaban
ninguna bandera ni señal identificativa de quienes eran
sus ocupantes.

La comitiva salió del aeropuerto y enfiló a gran
velocidad la carretera de Cartagena camino del hotel Alfonso XIII, lugar elegido para la
reunión.

Hasta última hora no se había decidido el sitio
exacto de la misma, dudando entre éste y el hotel Arco de
San Juan; finalmente se había optado por el primero por
razones de seguridad.

Cada legación acudiría por separado y en
distinto día y hora. Cuando los españoles llegaron
al hotel, los franceses ya estaban alojados allí desde el
día anterior.

El Gobierno
había reservado toda una planta para las dos delegaciones
con altas medidas de seguridad; también se habían
reservado las salas de reunión para toda esa semana. Se
recomendaba a todos los miembros tanto españoles como
franceses que no saliesen del hotel y si lo hacían
debían salir de incógnito, seguidos de miembros de
la seguridad del estado.

– ¿Qué era lo que se iba a tratar allí? –
¿Qué misteriosa reunión era ésa? –
Nadie podía contestar de momento a esa pregunta.

La prensa había sido desviada hacia otros lugares
totalmente opuestos del territorio español, a pesar de los
intensos rumores que circulaban entre la prensa seria de este
país.

Algo grave estaba sucediendo en España y Francia. Antes
que interviniesen los militares, ya lo habían hecho las
Fuerzas de Seguridad del Estado, Policía y Guardia Civil
por un lado y la Gendarmería Francesa por otro. Sus
informes no
habían visto la luz pública, pero debían ser
muy graves cuando las competencias
habían pasado ya al estamento militar.

oooOOOooo

Primera reunión

La sala era rectangular y muy espaciosa, con tres grandes
ventanales que daban a los jardines del hotel. En el centro
había una gran mesa ovalada de caoba que había sido
diseñada para la ocasión. En las paredes
lucían varios cuadros de distintos autores modernos
Picasso, Mar
Chagall, Van Gogh, Antoni Tâpies, Paúl Gauguin,
etc.

Las paredes tapizadas en color azul claro resaltaban
aún más la elegancia del recinto. Dos
lámparas de cristal de Bohemia colgaban de ambos lados de
la sala. La cristalería fina ocupaba el centro de los dos
aparadores situados a ambos lados del ventanal central de la
habitación. Sendos candelabros de plata ornamentaban
también los dos aparadores y la espléndida biblioteca,
contribuía a aumentar más si cabe, la suntuosidad
del recinto.

En el fondo, un enorme mueble bar contenía todo tipo de
bebidas y sobre una mesa en un rincón de la sala se
encontraba un mueble frigorífico que hacía juego
con el resto del mobiliario y que guardaba en su interior las
bebidas frías; junto a él una mesa con varias
bandejas contenían todo tipo de aperitivos.

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